bien, nuevamente estuve a punto de enamorarme, como cada año, caray, de un comerciante hermoso que se acercó a mi escritorio para venderme unas carteras chinas. ay, le vi una cara de sádico que pensé que por fin mi corazón encontraría la mitad de alma que me falta después de negarme rotundamente a ver la tele, a petición de mi sacrosanto guía espiritual (y tu sabes, Virgencita de la Soledad el trabajo que me ha costado dejar la tele, ya nada más me falta dejar la pornografía, pero ¿es que no quieres que esta servidora tuya sea un espiritu libre, San Juditas?) pues como decía, creí que había dado por fin con ese pedacito de emoción del que mi madre dice que carezco. y nada, aunque no piedro la fe, Guadalupana de mi alma, virgen morena, tú también sabes de todas las perversiones de las que cojéo. pero mi pobre alma de árabe resultó más bueno que el pan, y de una ternuuuuura bárbara, noche tras noche rogué por, una de dos: desatar en ese usurero sus bajezas más animales o, de plano, poder recostarme junto a él sobre su hombro de aburrimiento y corazones dulces. fracasé, madre bendita, pero no pierdo la fe de que algún día en este escritorio, donde despacho las escrituras de los chiqueros que entrega infonavit, aparezca el vil cerdo rastrero de mis sueños. y ya no te pido nada a ti, san antonio, que me cansé de los caprichos de todas esas mujeres que estaban hechas una fruta y sólo me arrebataron mi dinero. amén